lunes, 15 de diciembre de 2008

Carta Nº1 a una mujer que desaparece

Cuántas veces he buscado tu mirada, escondida y complaciente, que no viaja, que no muere pero que nunca llega a mi. De esa manera y de repente, como cuando duermes, intento desaparecer, esquivarte, guardar un soplo, un silbido de impulso y de convicción, que en algún instante o en algún escrito o una frase ingeniosa, de las que se me ocurren en el baño o en el metro antes de bajarme - en el preciso instante cuando no tienes como escribirla porque tu lápiz no tiene punta, ya que escribiste demasiado fuerte el número de teléfono de aquella señora regordeta que te va a dar trabajo- serás plasmada con esa certeza de que existirá un Aleph, una heterotopía, o al menos un momento ficticio en tu imaginación o en el repulsivo destino que te lía cuando cambias de dirección bruscamente, para decirte que no me mires así, que no me hables así, que no huelas así, que tiemblo, que me sonrojo, que destierro lo que has dejado de mi razón hacia tu voz, hacia esa mirada de niña mala, de niña tierna que repite sin saberlo siempre las mismas palabras, las mismas que yo repito para tenerte en mi, sobre un papel o sobre mi cama, de qué manera, de qué manera rimas, de qué manera suenas, repíteme tú nombre, que sabes que es para ti, es para ti la ficción de mis ideas y la ficción de mis días, una mentira más que se ve desde mi ventana y que relata la monotonía y la magia de un libro que no dice nada, que no describe historias, porque las manías que describo las tienes tú en todo tu cuerpo, en tu soledad y en tu dureza, cinco veces te lo he querido decir, cinco veces que he reevaluado la potencialidad de mi estupidez y de mi agónica manera de no saber si por un segundo, mientras te rehaces en ti misma, pasa un ligero aire a mi por tu rostro que percibas como algo más que el presentimiento de tener esa pequeña ventana mal cerrada.

viernes, 12 de diciembre de 2008

LOS DARDOS DEL MUNDO

"Nos mirábamos y nos reconocíamos, pero en realidad era como si no nos reconociéramos parecíamos diferentes, parecíamos iguales, odiábamos nuestros rostros, nuestros gestos eran los propios de los sonámbulos o de los idiotas"
Roberto Bolaño

"Y después se desata la tormenta de mierda"
R.B.

Desperté y como siempre no estaba ella.  Esta vez no la sentí, yo nunca pude madrugar, los escritores no madrugamos, para qué si igual nuestro trabajo no tiene horario, nuestro trabajo es pensar e imaginar la realidad -que cruel ironía-; ella pensaba, ella imaginaba, ella jugaba con su realidad (como buena escritora) pero además le gustaba madrugar (raras manías se adquieren en Europa, menos en España, claro está, en Latinoamérica los escritores no madrugamos, por lo menos no los que si escribimos de verdad, para qué).  Llevaba cinco años viviendo en distintas ciudades de Europa, solía decir que era una mujer cosmopolita.  Para mi, había una gran diferencia entre habitar una ciudad y vivirla, ella simplemente las habitaba, recorría una y otra vez un mismo camino, pero nunca las vivía, nunca admiraba sus colores, sus texturas, la armazón que se teje a cada paso y con cada mirada.  Su trabajo era típico, aburrido, rutinario y desolador, casi nunca descansaba y lo peor es que su salario no reflejaba ni una minúscula parte de todo lo que hacía.  Cuando llegaba, con esa misantropía y ese desdén en contra de su destino -y que su rostro reflejaba a la perfección en la palidez y la mirada desafiante- me decía que quería renunciar, que todo era una mierda, que en cuanto ahorrara para comprar una casa a las afueras se largaría a cultivar astromelias y a mirar la montaña. ¿A las afueras de qué? ¿A mirar cuál montaña? Jamás lo supe.
-No te preocupes flaca, cuando termine mi novela y nos hagamos millonarios yo te compro esa casa en donde quieras- le respondía en tono burlón cuando comenzaba su ya repetitivo discurso. –además, ¿te vas a poner a cultivar astromelias? ¿Estás loca? cultiva amapola o marihuana, que ahí está el negocio- Pero si había algo que la enfurecía, mucho más que el sonido estruendoso de las campanas en los pueblos en las mañanas y que se le encrespara el pelo por la humedad de los días de verano, era mi tono sarcástico de decir las cosas, eso estaba claro, así que ella me respondía sistemáticamente de la misma manera. -Ni porque estuvieras escribiendo el Quijote, idiota- .
Yo, la verdad, (pensaba para mi mismo) en estas circunstancias, preferiría escribir “el Código de Davinci”, y aunque mi finalidad nunca ha sido el dinero, o de lo contrario no hubiera decidido ser escritor, escribir algo que me hiciera millonario sería un alivio mundano y realmente tranquilizador. 
Luego ella simplemente se sentaba a comer cualquier cosa que yo preparaba como parte de mis obligaciones matutinas por no tener dinero ni ostentar un trabajo de oficina, y en silencio su rostro recobraba su belleza natural e iniciaba a contarme el transcurrir de su día y lo insoportable de su trabajo.  Yo comía y escuchaba con breves interrupciones jocosas que la sacaran de las tensiones del capitalismo natural.  Nunca sospeché nada.  Su complicidad con lo cotidiano era tan profesional que jamás imaginé el golpe que me daría, el dardo que me clavaría en el pecho como uno más de tantos otros que el mundo habría de lanzar hacia mi.
Extrañamente en ninguna de nuestras infinitas charlas la escuché decir que regresaría a su país como suelen reprocharse a si mismos los inmigrantes.  Ella provenía de uno de esos países del sur de América que los europeos sin conocer ven llenos de calor y de arena, o de selva y animales raros y gigantes, pero esta ciudad, en contra de todo desconocimiento europeo y de la lógica occidental, era fría y azul, siempre fría y azul, una ciudad inmensa de la que salió huyendo por iniciativa propia, por aventurar y conocer con la vieja y mañada excusa de ir a estudiar.  Así fue que morral en mano, mil dólares y una seudo beca para estudiar en París, arribó en Europa y se quedó para siempre.  París la deslumbró como a todos, como también la deslumbro Amsterdan de noche con sus infinitos canales, la vida alegre de Barcelona y los tejados de Lisboa; en donde estuviera, Europa era perfecta para ella, pero terminó en Madrid, qué extraña ironía.  Nunca, mientras estuvo conmigo, regresó a su país de origen, nunca tocó ese tema, existía en ella, sin duda, un afán sin límites por abrirse camino en el viejo continente y por crear un mundo que quizás siempre había soñado y que aún estaba lejos de realizar, sobre todo a mi lado.    Su familia no dejaba de ser un misterio, tenía un hermano en algún lugar de los Estados Unidos y del que prefería no hablar por sus inclinaciones religiosas y políticas que tendían más hacia un fascismo clerical que hacia cualquier conservadurismo rancio, sus padres la habían visitado casualmente un par de veces en los días precisos en los que yo me encontraba de viaje, así que nunca los pude conocer y aveces dudo que alguna vez ella les haya hablado de mi…para ser sincero yo tampoco lo haría

La manera de conocernos fue clásica, sin ninguna anécdota que pudiera servir como fundamento para una bella historia de amor.  Fue una tarde, por medio de un amigo, bueno, realmente por medio de mi ex-editor, en un café en el viejo Madrid de los Austrias, que nos conocimos.  Su estampa era la misma de la última noche que la vi, siempre el mismo pelo largo y negro, la misma sonrisa temblorosa que aveces terminaba siendo una carcajada, la mirada tierna que hacía parecer de ella la más inocente e ingenua de las mujeres, teníamos lecturas en común, música en común, egos y odios en común, elementos que nos hacían una pareja muy aburrida, pero perfecta.  Caminábamos todos los días desde Plaza España, en donde la recogía del trabajo, hasta la calle Ave María, en donde tenía su pequeño apartamento en Lavapies, hablando de tonterías, que no tenían nada que ver con nuestras aburridas vidas y tratando de conocernos a pesar de los innumerables secretos y pretensiones que nunca dejamos de tener. Salimos durante varios meses antes de irnos a vivir juntos, meses en los cuales yo terminé de escribir mi primer libro “los fantasmas también se emborrachan”, que fue un fracaso tanto como el segundo, una obra de cuentos cortos titulada “la loca manía de los locos” publicada un año despues, pero no tanto como el tercero “el afán de la proeza” que llevó a que mi editor dejara de serlo y a que me sumiera en el más oscuro abismo del fracaso.
Para esa época ella ya trabajaba en la agencia editorial en donde yo publiqué mis primeros libros, su trabajo era hacer todo lo que hacía el editor general, es decir mi ex-editor, Manuel, pero con la paga de una asistente; seis años trabajando en ese infierno, seis años desde que me fui a vivir con ella y desde que viví de lo que ella trabajaba, pues mis escasas fuentes de dinero se limitaban a breves artículos que publicaba en revistas y periódicos de mi País y a un absurdo trabajo en una mala universidad como profesor de Español para chinos mudos, oficio que aunque parezca inverosímil, existe. Durante ese tiempo nunca recibí algún tipo de reproche o ataque por mi pereza laboral, yo sólo quería escribir, y eso lo entendía ella. 
Todas las mañanas, desde que vivimos juntos, la sentía arrodillarse en la cama y darme un beso sintético en la boca mientras yo entre sueños y haciendo un esfuerzo titánico abría un ojo, y con la mirada nublada, le decía que la quería; siempre salía apurada, pero nunca llegaba tarde a su trabajo. No nos veíamos sino hasta la noche y entre sombras la gran mayoría de las veces, pues para no incomodarme nunca encendió la luz. Se desnudaba con sigilo, se colocaba un camisón de abuela y me abrazaba queriendo dormir eternamente. Sólo hasta la mañana siguiente lograba verla exponiendo su hermosura con la luz del día. Pero esa mañana no la sentí, no se si arrodilló y me beso, no se si le dije te quiero, simplemente desperté y ya no estaba.
La verdad es que ese hecho extrañamente me preocupó y me levanté inmediatamente con la sensación de un vació infinito en el estómago, como si me faltara algo, como si hubiese olvidado una fecha importante y no pudiera recordarla. La angustia empezó a crecer factorialmente, eran las 12 y su llamada habitual para despertarme y recordarme que debía empezar a buscar trabajo o por lo menos sentarme a escribir, nunca la recibí. Decidí llamarla. Primero al trabajo. Me contestó una voz típica española y con una tonalidad algo gruesa y enfermiza, una voz de secretaria amargada y sin un buen sueldo que me dio más información de la que pedía. -Ella no ha venido a trabajar, acá todos piensan que está enferma, la hemos visto muy pálida en estos últimos días, como enferma me entiende, muy callada además, cosa que es muy extraña en ella, entra y sale todo el día de la oficina de don Manuel, creo que algo le preocupa. Desea dejarle algún recado? Pálida, enferma, realmente hacía días que no la veía claramente, que poco detallista era. La única razón verdadera era que estaba asustado, nunca había presentido tan humanamente la ausencia y la soledad como también la muerte y la tragedia. La llamé al móvil entonces, pero el sonido del timbre lo escuché yo, lo había dejado en el escritorio, tal vez con el afán lo había olvidado, tal vez no quería que nadie la localizara. No sabía que hacer, ¿llamar a la policía?, la policía no sirve para nada, eso era claro, pero ¿y si servían?? Esto era enfermizo, empecé a desesperarme, a caminar de lado a lado en mi habitación, me di cuenta que no conocía a ningún amigo (mi ex-editor tal vez? Manuel) o una amiga de ella, mucho menos a un amante, no tendría por qué conocerlo. Me di cuenta que la necesitaba, que nunca se lo había dicho, y como es común en estas circunstancias, me lo reproché al máximo, pero yo siempre le dije que la quería y allí se conjugaba todo, si tu dices “ te quiero”, es como si dijeras “te necesito”, ¿o no?. Nunca le dije “te amo”. El desespero se me presentaba como síntesis a mi falta de interés por expresarle mis sentimientos, ahora quería verla, decirle todo, pero ¿qué era todo?, simplemente la amaba. Decidí ducharme rápidamente y salir a la calle, mi mente se llenó de preguntas sin respuesta, de dualismos inexactos, preferí volver, tal vez llamaría, sentí mi estómago más pesado de lo normal, no había comido, me sentí indigesto y desamparado. No era mi ciudad, no era mi destino estar allí. Vi un teléfono público (carajo!, por qué no llamé desde mi casa?) ¿a quién llamar? –Ey Manuel cómo vas? Soy yo, Raúl, el de “los fantasmas…” ese mismo, si, tengo escrita una nueva novelita por ahí, claro que no Manuel, no voy a dejar de ser escritor, no te preocupes…ah, que quieres que deje de escribir, estás loco, eso no es problema tuyo, la literatura me necesita, así como el cine necesitó de Ed wood (en medio de mi rabia, intenté se sarcástico), además ya tengo otro editor (que fracasado me sentí, un mentiroso, como el más perdedor de todos)… si lo se, se que mis novelas causaron un estrago financiero…es que la gente no ha sabido captar la esencia de lo que escribo Manu…eyy discúlpame, pero no me ofendas…bueno, bueno Manu, digo Manuel, dejémonos de pendejadas que sólo llamaba para preguntarte por la flaca, ¿la has visto?... no, en la oficina no está… si, yo se que ella si es buena escritora, pero el que vive de eso soy yo, no ella…yo se que ella no me merece, pero eso no es asunto tuyo…mira, se va a acabar la moneda. Colgué. No tenía a nadie más a quien llamar. Seis años y mi única amiga era ella, seis años, en los que mi vida fue ella y sólo ella. ¿A quién quiero engañar? Si con ella ya era un fracasado en mi vida laboral, sin ella mi vida completa sería un fíasco. Quizá se fue a cultivar astromelias a las afueras, pero ¿a las afueras de qué? ¿Frente a qué montaña? Continué mi búsqueda, estuve en cada lugar en dónde solíamos caminar o tomarnos un café, en los rincones que creíamos más secretos, en los parques y plazas en donde nos sentábamos durante horas en los días de primavera sin intercambiar una sola palabra, simplemente contemplando el silencio de la monotonía que anegaba nuestro días, busqué en las librerías en donde ella solía criticar las nuevas figuras de la literatura de habla hispana, menos a mi, porque yo no era ninguna figura, estuve en cada uno de los lugares que representaban algo entre los dos, en “entre acto” en “cafeína”, la calle Argumosa, la calle del pez, san bernardo, la calle ave maría, en cada lugar en donde había un recuerdo o un rastro de lo que fuimos, duré semanas buscándola, meses. Me había abandonado, tal vez se había dado cuenta que su vida a mi lado se impregnaba del sabor a derrota que yo emanaba. Caminar por esos caminos fue el último homenaje que hice a nuestra relación, fue la última alegoría a todo lo que para mi fue perfecto. Siempre pensé que la soledad era habitar con fantasmas, con seres que nadie puede ver, pero la soledad, en ese instante fue para mi vivir con un recuerdo, con la melancolía de algo que creí que era, pero que nunca fue. Jamás la volví a ver. Había una nota, un mensaje perdido en medio del desorden de una habitación inmensa, en un simple trozo de papel. tres palabras: “NO aguanto más”, para mi no fue suficiente. No se llevó nada, ni sus libros, ni su ropa, todo quedó intacto en sus estantes, su música, sus cosas, su olor, todo quedó allí. Dos semanas después salí de aquel piso, no tenía con qué pagar el alquiler, dejé todo lo de ella a disposición del casero, no quería un recuerdo o una imagen que recayera sobre mi mente y que me recalcara la soledad y la inutilidad de mi vida. Alguna vez alguien me dijo que la habían visto por Essex street, en New York, en el East side Bar con mi ex-editor, con Manuel, y que ahora la flaca se dedicaba a escribir en inglés y bajo el seudónimo de Janet Evanovich y que su último libro “Qué vida ésta” había vendido miles de copias en todo el mundo. Mi última novela “Los dardos del mundo” editada por la fundación “literatura libre” ha vendido 50 copias en seis meses.



lunes, 1 de diciembre de 2008

CONSPIRACIÓN BOVINA



"La prueba de que existe una conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el silencio, en este caso, no contradice, confirma"
J. Saramago

Recuerdo a un amigo, un compañero de estudios de sociología en la UN, que sostenía que la pasividad de las vacas y su tranquilo modo de vida silencioso, de pasos cortos y mirada ajena, provenía de una conspiración que se venía elaborando desde hacía años y con el único y demoledor objetivo de apoderarse del mundo. Indudablemente era una ocurrencia sin fundamentos que sólo podía provenir de un sociólogo y de nuestra caprichosa capacidad de buscar problemas en donde no hay, pues de ser cierta semejante inquisición, elaborada a partir y únicamente, de la condición de tolerancia extrema a los abusos del hombre y del clima,y de la quietud ensimismada del sabroso animal, tendríamos que sospechar de cualquier árbol o del tierno e inamovible Shar Pei o hasta del mismísimo Papa. Pero hace poco, o hace mucho, ya no recuerdo, en algún lugar de la campagne française, en la Picardí, me topé intempestivamente con dos vacas; Aparecieron de la nada, estaban allí, una al lado de la otra cuando percibieron mi inoportuna compañía.  El miedo siempre es equivalente al grado de destreza de quien tenemos enfrente. Estas dos vacas no tuvieron miedo, yo si.  Las dos, evidentemente molestas, me miraron con desconfianza; mientras una de ellas meneaba la cola y mascaba un poco de pasto quemado con cierto cinismo y una sonrisa chabacana que me dio estupor, la otra mugía y no dejaba de mirarme a los ojos como sin en cualquier momento pudiera dar un salto hacia mi y devorarme sin clemencia; sin duda alguna las había atrapado tramando algo, tal vez era la conspiración de la que hablaba mi amigo en aquellos años universitarios en donde la imaginación todavía te servía de algo y te divertías con teorías, hasta entonces absurdas y lejos de la realidad; lo que estaba viendo no podía ser otra cosa que el conciliábulo macabro que jamás quisimos creer. Todo tenía lógica, las había sorprendido en una reunión clandestina de la cual yo era el único testigo humano, y por tanto la única amenaza que podría tirar abajo todos sus proyectos de conquista y la imagen santurrona y bonachona de tan simpática especie . Ellas serían las dos líderes de una organización Bovina ligada con otras organizaciones animales no gubernamentales, como los delfines o las jirafas, y con el apoyo de grupos clandestinos humanos, que estarían dispuestas a atacar en cualquier momento (acaso ustedes no se han preguntado ¿por qué Osama bin laden es vegetariano?); era el plan perfecto; estaba ante la gestación de un segundo gran golpe desde aquel primer intento fallido cuando las vacas se autoengendraron una enfermedad degenerativa cerebral que azotó Europa y que los humanos denominaron “el mal de las vacas locas”. Era el inicio del fin y, ahora, tal vez, en cualquier momento, podríamos ser atacados sorpresivamente mientras cenamos un buen bistec, o mientras bebemos un vaso de espumosa leche y vemos la televisión, nadie sospecharía de ellas, eran vacas francesas, qué otras podrían conspirar de esa manera más elegante y silenciosa? mi única cuestión en ese instante frío y desolador frente a aquellas moles de carne de mirada aguda y aliento vegetal se resumía en Qué sería de mi, único testigo y por tanto único informante de tan maquiavélico plan?, una vaca gringa lo hubiera negado todo, las colombianas ya me habrían degollado con un cuchillo y luego mascado sin dejar rastro alguno de mi, pero eran vacas francesas, de las más bonitas y regordetas, es así que no tuve más remedio que decirles “bonjour les vaches” y retirarme corriendo mientras las dos, inmóviles, continuaban estructurando lo que creo que puede ser la maquinación más terrorífica e inteligente para apoderarse del planeta entero. Cuidado con las vacas...

jueves, 27 de noviembre de 2008

MORADORES EN LA MANCHA: INTRANSIGENTES INDESEABLES




Mal poema XXXIII


Convénceme de que me quede
y serás amarga con tu pelo y tus pupilas
Devórame intransigente
y verás en ti esa rueda perversa
Carga conmigo hasta la muerte,
hasta el final decadente que te transforma en bruma
Y la decadencia rítmica que perturba tu mente

martes, 25 de noviembre de 2008

Poema XXVII


De ser otro me consuelo con la inconstancia de mis día,
y la intuición de estar sentado olvidando la suerte y reprochando el mundo…
el olor de la podredumbre, la marca borrosa de mil mujeres
y mil dolores que te atraviesan como el miedo, como la locura
y te dejan agónico al borde de esos ojos,
de esa mirada que te transporta hacia lo que siempre será la compañía,
para reírte de ti mismo, de tus palabras absurdas
y de la insospechada, tramposa
y siempre sorprendente manera en que te derriba la razón

jueves, 13 de noviembre de 2008

Jugador de toda la cancha


quién fue? en dónde? demonioss!! otra vez perdido, otra vez rodeado de tanto perdedor, de tanta mediocridad y de tantas almas en pena, que pena, que pena, quizás he debido jugar fútbol, ser futbolista, ser un hombre de toda la cancha, como me decía un amigo, parar de pecho la pelota, arrancar desde atrás, saltar uno, dos , tres jugadores, salir jugando, hacer un pase, volver a recibir el balón, y hacer gol..golll!!!! cada mañana me levanto más tarde, cada noche me acuesto más tarde, siempre llego tarde, me devora la manera fría de ser nadie, de compararme con los más grandes, con lo que nunca seré: capitán de la selección Colombia...que sueño tan perdedor.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El viaje menor VII


El viejo francés sabía que era francés, por eso nunca dejó de mirarme así, de reojo, de arriba abajo, como miran los franceses, con esa superioridad que les da el comer buen queso y buen vino, acompañado de buen pan, y de unas mujeres hermosas, siempre bien vestidas, estilizadas, conocedoras de muchas cosas pero de nada a la vez, siempre perfectas…tenía toda la razón para mirarme así. Perdieron en Waterloo, perdieron en Indochina, perdieron en Trafalgar, Hitler invadió París, Algeria se independizó… los franceses no han ganado nada, sólo el derecho a comer buen queso, buen vino, buen pan y a tener unas mujeres hermosas. El viejo francés continuó sentado en esa vieja silla alta de la barra de un bar en la candelaria -el nombre del lugar no lo recuerdo, tal vez no tenía, como muchas cosas en la candelaria- y me insinuaba, ahora en francés, mientras inclinaba su cabeza del lado derecho, que Francia era lo que era porque lo merecía, porque la gente era civilizada, correcta, inteligente, elegante, Colombia no se merecía nada, país inmundo, porque éramos bárbaros, tontos, torpes, subdesarrollados, pero sobre todo, Feos. Se zampó el poco vino que le quedaba en su vaso de un solo golpe. No tuve como objetarlo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

el viaje menor VI


Después de tristes guerras, me levanto y reconfiguro lo que quizás pueda ser mi muerte. Un bocadillo de tortilla o más bien un aplastado croissante de almendras de aquella patisserie cerca de la rue d'ulm, todo se hace comestible, todo al final se hace banal cuando se te entumecen los dedos en invierno mientras esperas, como un tonto, a alguien que jamás llegará. Después de esta guerra, mi palabra queda en duda, mis momentos más lúcidos son ahora olvido y penumbra, y si me muerdes el hombro, puedo llegar a enamorarme o a sentir por lo menos unas ligeras cosquillas en el vientre, tal vez sea tanto alcohol o exceso de comida mexicana. Debo pensar en regresar, se me ha hecho tarde y puedo perder la oportunidad de verte por esa misma ventana, pero tal vez ya no estés...todo fue imaginación, prefiero que sea así, quiere decir que estoy vivo, que he sobrevivido a otra batalla.

jueves, 30 de octubre de 2008

martes, 28 de octubre de 2008

El misterio del dólar

Esa fue la primera vez que lo vi, cuando ya se había ido. Al final en todas las historias de misterio hay un asesino. El murió dos horas y 25 min después de que no lo vi, lo encontraron boca abajo en un callejón de la perseverancia con un brazo sobre su espalda y el otro brazo estirado casi sobre su cabeza, no había disparos, no había puñaladas, no había nada, sólo un charco de sangre que salía de su naríz y de un oído, traía su billetera con trescientos mil pesos y un dólar, quizás el dólar de la suerte que cargamos todos, desde hoy dejo de llevar aquel fetiche capitalista. Soy inocente, yo nunca lo vi, no alcancé, créanme. Iván María carrasco fue condenado a 30 años de prisión sin pruebas verdaderas que lo incriminaran. Después de haber cumplido 6 años, 7 meses y 3 semanas de encierro, Iván maría desapareció de la prisión sin dejar rastro, sólo se encontró en una de las esquinas de la diminuta celda, un billete arrugado de un dólar y nada más. Era un mago.

lunes, 20 de octubre de 2008

Bogotanadas


Cómo desaparecer completamente, Desintegrarse, evaporarse en Bogotá? es fácil, en Bogotá nadie te conoce, en Bogotá no eres nadie si no usas corbata o no vas a comer a algún restaurante en la zona T, G, Z o X, esta última es la que más me gusta, la zona X en donde si soy alguien, el más peligroso de todos. En Bogotá todos tienen corbata. Alguien en Madrid me preguntaba si vivir en Bogotá era peligroso. Claro que si, le respondí, en cualquier momento te pueden vender un pedazo de carne de perro por una de res o puedes caer por una alcantarilla y esperar durante horas o hasta días a que te rescaten o ver como asaltan a un joven en pleno centro sin que nadie haga o diga nada. Bogotá es peligrosa, es dañina, se pudre en sus esquinas y sino tienes ojos en la espalda o al menos en las nalgas, pueden sorprenderte en cualquier instante, pero lo más triste de todos es que te puede llegar a gustar. De mirar esa ciudad se me cansan los ojos, las lagañas me invaden y la cara se me derrite, Bogotá se parece a un cuchillo, te puede matar por la espalda, de frente, por lo lados y la cabeza, pero siempre necesitas de uno cuando quieres desprenderte de algo, allá puedes dejar todas las miserias y la podredumbre y algunas novias feas, es una ciudad amarga y ácida, transeúnte y vaga. Esta ciudad no se mira, me canso cuando subo desde la carrera 8 hasta la carrera 3 por toda la Avenida Jiménez, me encantan sus edificios, sus cafeterías baratas y sus restaurantes de lujo, siempre te piden plata, en cada esquina puedes encontrar un poeta, un hippie o un proxeneta o dejar que te roben y luego estrellarte con la más hermosa y odiosa de las bogotanas, cruzar la carrera 7 y ver los vestigios de un tranvía que no lleva a ningún sitio, como todo en Bogotá, todo lleva a nada a un punto invisible en donde se pueda respirar, entrar al "café Pasaje" tomarte una cerveza, allí en donde escribí tan malos poemas e intenté desahogarme por tus múltiples ausencias o te pensaba en Madrid pensándome y escribiéndome, pasar justo en frente de la Lerner, cruzar la carrera 4 mirar hacia la izquierda y ver como nace esa candelaria caótica la única que te lleva a la historia de una ciudad inmemorial, sucia y tramposa, porque te enamora y te traga, llegar hasta el parque de los periodistas, dibujar desde allí ese amplio vacío que da la avenida 19 y estrellarse contra la real academia de la lengua, contra ella siempre te estrellas, plaza que no es plaza y en donde no hay periodistas, vagabundos o estudiantes, de donde alguna vez surgiste y ladronzuelos baratos que se esconden detrás de ti y nunca los ves.

lunes, 13 de octubre de 2008

El viaje menor V (la fatiga)


Cruzo la rue du Dragon, hacia el boulevard Saint Germain, no te encuentro, no me interesa no encontrarte, pues viajo en mi más "infantil egoismo", en mi mejor personaje, soy un desentendido, un infame que no te ve, porque la belleza es invisible y la estupidez me sobra, se me cae por todos lados como el pelo y la pereza. Perezoso y psicópata, altanero, insolente, no me acuerdo de nada ni de nadie, y si en ese movimiento de cabeza que parece ser un si, un sí enfático, seguro, doloroso, quieres decir que estás de acuerdo y que mi próxima parada en el metro será un salto para huir de ti y de la seguridad por no haber pagado el ticket del metro, pues no tengo nada que decir, sí, siempre pierdo.
Y de instantes y de noches en que debiste estar y viajabas hacia la plenitud en donde no te encontraba, en esos cafés en esos bares en donde no te pude ver, y cada luz imagina la silueta de muchas, pero ninguna como tú, silueta sin silueta, tal vez no tienes figura. Te tengo que dejar, es inevitable, pero tu me dejas primero, como siempre a la espera, a los amigos que tuvimos y a los amores que enfrentamos, todo fue lo mismo, las relaciones siempre son lo mismo, hombre mujer, hombre hombre, mujer mujer, siempre lo mismo, pero no lo veas así, que es simplemente el viaje menor del que me hablabas cuando nos encontrábamos en Paris y te pedía prestado veinte euros que jamás te devolví. Siempre hablar de una mujer en mis historias, quizá la mejor protagonista, la más inhumana, la más traicionera, la mujer de mis historias y de mis días. Calle a calle, que te pienso que te ando que te miro es la misma calle que presagiaba nuestra despedida, nuestro naufragio lento y predecible, ese naufragio solitario, era lógico perderte en Madrid o Barcelona, pero no en París, jamás en París, era lógico que ese viaje que hacíamos era torpe, loco por todos partes y todos los momentos, quien se enloquece por una mujer merece dudar de todo, de la razón, de los catastróficos zapatos que te pones. Que marcas caminos en los lados más obscuros, en los rincones en los que encuentras vacíos los momentos más cercanos y más hermosos, esos momentos en los que desapareces y pareces querer decir que te quedas, que te mueves hacia el mar, hacia ese instante que te parece perfecto, tal vez cuando nos conocimos, cuando quisimos estar juntos y mirar los sueños desde una ventana o desde el sótano de tú apartamento, pero nunca desde la cabeza, los sueños que se entristecen cuando no hay dolores cuando no hay maneras sinceras de seguir, de continuar por ese camino, por ese viaje hacia un no se donde que crea el corazón y que se entremezcla con la sabiduría de un día nublado, no hay que salir corriendo, hay que enfrentar tu mirada a un espejo y a la realidad.

lunes, 6 de octubre de 2008

El viaje menor IV


La pérdida de un anillo, de un párpado, de un murmullo, quizá no baste sino eso para saber que perderte sería intentar encontrarte, e intentarlo, sería fracasar, pues siempre fracaso, siempre declino al final, lo recuerdas, caminando por algún andén sobre Beaumarchais (siempre me gustó caminar por ahí) te dije que lo dejaba que no podía seguir, y tú me miraste y me dijiste “haz lo que te de la gana” y no pude dejarte entonces como ahora, pero cuando llegamos a Bastille, me dijiste que ya no querías estar conmigo y simplemente tomaste el metro y desapareciste. Ese día supe que mi pierna izquierda era más grande que la derecha y por eso cuando camino, siempre tomo con una mano la cadera del lado de la pierna que tarda más en tocar el suelo. Y te ríes a carcajadas y lloras “mi parcera”, que tratar de imitar a Hemingway o imitar el sueño de algún viejo escritor se hace inmenso, se hace improbable, pues la vida de un “pequeño burgués” en una ciudad inmensa, tal vez París, tal vez Berlín, no se equipara a la vida de un estudiante como tú o como yo, un estudiante perdido en la Cité Universitaire, allí donde vivió Cortazar o Sartre. Siempre te encaminas hacia un lugar improbable, como la rue saint Antoine o el Square moussouri, calle perdida en donde un día perdí un abrazo por el sólo temor de empezar a llorar y he perdido más, a veces, por el sólo temor de empezar a temblar y de esta cobardía que adoras. Dit moi des mots, des choses que trouves imperceptibles, comme la Nuit et le douleur et la mort, puis raconte moi ta façon de voir, de voir la vie et de regretter la faim, la faim d’amour, sans penser, un jour tu pourras venir sans me dire au revoir.

miércoles, 1 de octubre de 2008

El viaje menor III


Intentando encontrar los orígenes de mi apellido en el País Vasco Español, me crucé con una amiga que no veía hacía por lo menos 5 años; sonriente y encantadora como la recordaba me invitó a una cafetería para degustar, mientras recordábamos viejos y temerosos tiempos, los famosos pinchos Vascos. Después de una sintética mirada recordé que había estado enamorado de ella y no dudé en pagar la cuenta. Que ridículos que podemos llegar a ser cuando estamos frente a una mujer hermosa, siempre tratando de parecer lo que no se es y lo que no se sabe. A veces resulta que la mujer es lo que no parece y sabe lo que tú no sabes. En uno de los muchos restaurantes universitarios en París, creo que en Mabillon, la volví a ver y pensé no reconocerla, llevaba una mano vendada y con la otra trataba de cargar la bandeja de comida con una firmeza tal que no pude evitar pensar la fuerza que podrían tener sus dedos. Siempre la vi, pero ella nunca se animó a mirarme a pesar de habernos visto y hablado muchas veces. Amor en silencio que grita con tus torpezas. Le pregunté si le ayudada, me reconoció y respondió tiernamente que ella podía sóla, no le insistí, se sentó a unas cuantas mesas de mi. Ese día supe que jamás habría algo entre nosotros, tal vez desconocimiento. El viejo francés, me contaba, mientras pedía un vaso de vodka, que las mujeres en su país se complican la vida por cualquier cosa, en Colombia la mujer es más abierta, más tranquila y hasta más tetona. Yo nunca me casé, continuó, porque me gustan las mujeres de senos grandes, les da carácter, pero también mucho poder; bebió un sorbo de su vodka. Entrar en una biblioteca a ojear revistas o a leer el periódico durante más de 8 horas, puede ser un síntoma de tu soledad. La soledad se puede medir por el número de libros que has leído. Las mujeres te entretienen, los amigos te entretienen y muchas veces te pervierten, si es que lo pervertido puede llegar a ser perverso, y en las bibliotecas encuentras amigos y mujeres, que sin quererlo, buscan compañía para leer. Hay instantes en Lille, en los que las Campanas de la iglesia en la place de Wassemme, pueden convertirse en los instantes de soledad más nublados que puedas vivir, estás acostado, sin calefacción, envuelto en una, dos, o tres mantas, mientras permaneces en ese estado intermedio entre dormido y despierto; y cada campanada, cada estruendo, te recuerda tu cruda humanidad: solo, lejos de tu casa, en un lugar en donde no hablan tu lengua y no escuchan tus murmullos...muchas veces en voz alta. Tal vez no has querido parar de beber y ahora puedes hablar mejor y tal vez escuchar lo patético que eres cuando no eres nadie.

jueves, 18 de septiembre de 2008

El viaje menor II


La cotidianidad mata lo que sea; recuerdo que en algún día de agosto del frío verano parisino y caminando por el Quai de conti, me estrellé sin querer con un señor de unos 70 años, me contó su vida. Otro día sobre la Rue Cardenal Lemoine y buscando un café que no existía, un viejo que creyó que estaba perdido me contó su vida y me dijo que el mar que más le gustaba era el que se podía ver desde una Terrasa en Bogotá. La soledad también mata lo que sea y hace que pensemos demasiado, incluso en la muerte en instantes melancólicos y sucesos raros que te anudan la garganta y a veces te hacen vomitar, piensas en tus miedos, en tus amigos, en tus deudas, en lo que debiste o no hacer, en idioteces pasadas, en ridículos y excrementos de colores, en que te enamoraste tan perdidamente que jamás fuiste capaz de preguntar el nombre de aquella mujer griega que te miraba (quizás no a ti) pasar cada día desde su ventana, simplemente le sonrías; o en la chica que te habló y no le respondiste porque sabías que tenías mal aliento. En la plaza dos de mayo de Madrid las idioteces llegan juntas, primero beber hasta morir o un policía que te amenaza con pedirte los papeles si no te largas, no soporto los holgazanes, yo soy uno de ellos. Recuerdo muy bien un enero en Lisboa en el que una amiga se detuvo justo en la plaza del comercio y no quiso caminar más; ese día ella no vio el mar. El viaje menor nacía en esos instantes en los que me decías que estaba despeinado e intentabas con tus manos aplacarme el pelo sin conseguirlo, o las veces en las que no conseguía alcanzarte después de una discusión con fundamentos en las que siempre salías corriendo y atravesabas avenidas y calles sin mirar. Esos días los disfruté y me callé. O la mirada del perro callejero, ese que está acostado en la entrada de cualquier taller, ya viejo y cansado, y quiere ladrar, pero prefiere permanecer echado. Los perros de mirada triste me hacen estremecer, parecen de verdad, como si no supieran que ser nostálgico es una alegría, detenerse a pensar cada segundo en lo que no fue, en que lo que fue no fue tan brillante, las risas de quien te viera cantar, las nostalgias de un buen bailarín sin pareja. La muestra de que todos estamos vivos es que no hay quien nos diga lo contrario, al no ser que estemos muertos, eso sería un triste alivio y una gran contradicción.

jueves, 11 de septiembre de 2008

El viaje menor I.


Hacia el risoma.  Qué fue lo que me dijiste cuando salíamos de aquel bar de la Rue Saint Denis?? Paris no acaba nunca, diría entonces Hemingway. En parís el risoma desaparece en pont neuf, como en Madrid se gana la vida en algún bar de Argumosa.  Que vida aquella, tú sentada esperando una palabra y yo parloteando sin decir nada.  Al final el lenguaje es algo más que esa rosa robada de un jardín cualquiera o que el rostro sutil del miedo, también están los pequeños escalofríos y los breves dolores de espalda que se escapan en ese momento en que te animas a darme un beso.  Caminando por la Candelaria me encontré con un francés de unos 60 años.  Me invitó a tomar café y aunque quise hablarle en francés el siempre guió la conversación en un español digno de lágrimas.  Me contó la historia de un colombiano en Francia que hablaba un francés digno de carcajadas, pero del que se había enamorado por esa manera latino- americana de reír y de mirar, era un colombiano hijo de la guerra y de la pobreza, murió apuñaleado en una pelea por defender a un amigo Marroquí que se había enfrentado a una pandilla de franceses en un banlieue, todo el mundo pensó que era árabe, nadie le ayudó, ni su amigo.  En Francia los colombianos son colombianos, en Colombia los colombianos quieren ser franceses, me dijo con voz temblorosa mientras se tomaba de un sólo golpe un aguardiente doble. En Barcelona el mar muere en Montjuic y los artistas se venden caro a los nórdicos en las ramblas, los argentinos quieren ser italianos, los ecuatorianos españoles, pero nadie quiere ser catalán. en el Carrer del Perril, en donde viví una breve temporada, en pleno barrio de Gracia, viví mi último contacto con lo que pudo ser el amor: desgracias. El amor se cansó de señales, de lenguajes, de miserias. Una falda corta puede provocar una catástrofe, pero también puede ser la escapatoria momentánea, muy momentánea a veces, a un nuevo comienzo.  En París nunca te entienden, porque no quieren entenderte, la mujer francesa sólo te entiende si no le hablas. En montmartre una mujer me preguntó algo y como no le contesté me besó, nunca le entendí lo que me dijo, pero entendí lo que quería. Es la estética del deseo, ya no hay palabras, somos cuerpo y desde el cuerpo nos hacemos dioses y esclavos. La manera más fácil de ligar con una mujer en Lille, es mirarle los pies y subir la mirada lentamente hasta llegar a sus senos y si luego le miras las orejas verás lo vacío que es el amor;  nunca la mires a los ojos, o se enamorará de ti.  Entonces le dije al viejo: yo en Colombia soy bogotano, en Europa soy Latinoamericano y en el Aeropuerto soy narcotraficante, es una tragedia. el viejo sonrió y me respondió: yo en Francia soy francés, porque nadie quiere ser de París, en Colombia soy parisino, porque no tengo otra opción, la patria se vende barata en estos países, en Europa la patria es la lengua y vale una guerra...para mi "la patria es una mujer". Se tomó de un zarpazo otro aguardiente doble.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Estática


Días sin ningún disimulo a la mediocridad. De mi habitación a la estática biblioteca (que afortunadamente permanece estática para bien de mi cordura y mi estabilidad emocional) son 5 minutos a paso de jinete; aveces puedo tardar todo el día en llegar. Encontrar que la biblioteca está 3 cm más cerca de mi casa, sería una aventura mas en un día estático como han sido casi todos estos días. Casi todos, porque hubo uno o dos, dentro del mes de agosto, que se salieron subrepticiamente de la rutina amarga de un estudiante en París. Cambio de ritmo I: un vecino toca a mi puerta y me pregunta algo en un francés africano de la misma complejidad que el español dominicano. le digo Je ne sais pas. por querer decir que no le entendía, y el me dice ça serait bien, merci, au revoir. Cambio de ritmo II: entrando a la biblioteca me encuentro con un hombre igual a mi pero creo que de descendencia oriental, a primera vista me hizo horrorizar la idea de encontrarme a mi mismo, en las mismas, repetidas veces. Luego me di cuenta que era un poco más alto que yo y que hablaba chino. De vuelta a la estática.  Agosto: cité U, los días pueden ser más largos y las noches igual de largas porque todo es igual, incluso la monotonía.

martes, 19 de agosto de 2008

Amsterdam


Si todos los días terminaran en Amsterdam y no regresáramos?
a pesar de enrredarme en esas nubes de humo, en esos pálidos ojos y en los muy inseguros y ardientes rostros,
sabía que todo mi cuerpo y que toda la esencia, el olor y esos extraños movimientos que sentía a mi lado, no eran nada...
es verdad que no amanece, es verdad que no hay movimiento alguno.
Algo me dijo Douglas, algo importante...qué era?
dos días que no fueron días entre la lluvia, eso es seguro.
"No es el olvido
la niebla que anida entre los ojos.."

viernes, 25 de julio de 2008

De Rocky a Rambo y otras Sagas, rompiendo el mito anti-Holywood.


Hace ya algunos meses se estrenó la cuarta parte de Rambo, John Rambo(Stallone, 2008) continuación de una de las mejores sagas de antiheroes de Hollywood y representante de la decadencia del cine bélico actual. La vi y me gustó, me gustó la carnicería de comienzo a fin, la sangre y la crudeza de cada escena, el irremediable rostro sudoroso y estático de Silvstre Stallone, el argumento simple y previsible, los vacíos guionísticos, los personajes baldíos y la dirección conformista de su mediocre realizador. tal vez me guste el cine mediocre, no todos somos perfectos. Todo me gustó, me gustó la cara que hicieron algunos amigos y el descontento de mis amigos y enemigos, cuando les conté mi hazaña. 
No podían creer que perdiera dinero en este "tipo de cine", la realidad oculta es que no gasté un sólo céntimoa, pues la vi por internet, sin embargo no me hubiera importado hacerlo, bueno, o tal vez si, el caso es que Rambo cumple con el principal objetivo comercial del cine que es entretener (a mi me entretuvo) pero lo que realmente me duele de todo esto,d e toda esta parafernalia que representa una película como ésta, son las injustas difamaciones hechas por los activistas anti-Hollywood que no creen en estas Sagas tan sólo por lo que representan: entretención. Me criticaron aquellos que creen que el único cine válido es el "cine de autor" el "cine arte", es decir, el cine que no es de Hollywood, porque así son de básicas sus pretensiones cinéfilas, todo aquello que no viene de Hollywood es cine y si viene de Polonia o Servia, pues mejor y si es, preferiblemente, de Japón o Vietnam, o claro, de Francia o Alemania, es "Arte", el resto es bulgaridad, "comercio"; y la gente que se cree culta y que se aglomera en nuestro pequeños países pobres en las diminutas e incómodas salas en dónde se presentan nimias películas del peor cine Francés o taiwanes, pero que se venden como obras maestras a la inteligencia de nuestra clase intelectual, miran satisfechos, orgullosamente engañados y con el ego intacto aquellas obras sutiles de un sólo acto y de pésimas traducciones que los hacen sentir superiores y extravagantes a pesar de su pobre realidad ; 
Estudiantes, profesores, salen del teatro con sus pipas y sus sacos de cuello alto comentando la fotografía y la secuencia en la que el personaje principal contempla durante 20 minutos la caída de una hoja en otoño, o el significado anti-imperialista del sombrero rojo de un personaje al que nunca se le ve el rostro y que resulta ser él mismo y todos y ninguno a la vez. Para estos seres terroríficos, universitarios tratando de ligar con alguna niña, universitarias tratando de deshacerse de algún hombre, y que hablan de Godard, de Antonioni, Lubitsch, Bergeman o de Traufaut se les olvida que cineastas como Hitchcock, Ford, Coppola, Altman y hasta Kubrick tuvieron algo que ver con Holywood, con el "cine comercial" y que muchos de ellos deben sus grandilocuentes producciones gracias a ese cine popular. Cine comercial = cine basura, es una categoría anacrónica que desvincula el potencial del director con la producción. El cine tiene que ser para todos y entre más gente se aglomere para apreciar la suprema maravilla del cine mejor; algunos les gustarán y tendrán como películas de culto la saga de la india María (por qué no?) o de Sé lo que hicieron el verano pasado y otros preferirán al ladrón de bicicletas o blow up; yo me pregunto, entonces, qué hace Scorsese en producciones maestras como Googfellas (1990) o The Departed (2006), o David Lynch en The Straight Story (1999) producida por Disney, o Eastwood con obras demoledoras como Unforgiven (1992) o Mystic River (2003)?, lo que hacen no son obras maestras?... todo eso es cine de Hollywood, todo eso, es cine también. De esta manera vuelvo al tema de este texto, Rambo. Rambo, Rocky y todas las sagas con personajes míticos creados para entretener, desde Indiana Jones hasta Aliens y Depredador; 
Las dos primeras películas no sólo tienen en común el protagonista, ni que el director de las úlitmas partes de esta saga sea también el protagonista, sino que además, las dos vienen de hacer su reaparición de manera honrrosa, al igual que Indiana, en las salas del mundo y representan mitos hollywoodenses y antiheroes del cine, como lo fueron en su tiempo Harry el sucio ( Don Sieguel, 1971) o el vengador anónimo (Michel Winner, 1974). Y si todos recordamos (y queda en la memoria) el cinismo del Inspector Callhan en el rostro de Clint Eastwood o la frialdad de Paul Kersey interpratdo por el glorioso Charles Bronson, aún podremos regocijarnos, gracias al estreno reciente de sus sagas, de la mirada enajenada y violenta de un Jhon Rambo sin compasión y la inocente, tontarrona y a la vez perversa ambición de triunfo de Rocky Balboa.
Realmente para valorar estas sagas hay que dejar a un lago la estética, que muhcas veces es excelento o por lo menos honorable, y contemplar al mito creado en sus primogénitas partes. Estos anti-heroes, que encarnan lo más pervertido de nuestras sociedades y los miedos y los imaginarios de los Norte Americanos y que se presentan como alegorías a la tristeza, a la soledad, a la violencia que tenemos dentro pero que ante todo son una alegoría a la humanidad, nos hacen percibir que el mundo se puede burlar de si mismo, e ahí su magia, es ahí en donde cobra sentido la cinematrografía "comercial". Recordemos un poco quién es Rocky en la primera parte de la saga llamada Rocky (Avildsen, 1976), Este personaje es un inmigrante italiano, ferviente católico, pobre, que vive en un suburbio de Filadelfia y que además tiene un leve retraso mental; su afición: el Boxeo, pero además es Zurdo y un boxeador zurdo debe trabajar el doble para no competir en desventaja, es decir lo tiene todo para ser un estigmatizado, un anormal, un hombre infame. 
Logra, por medio de varios esfuerzos y limitaciones y gracias a que el entonces defensor del título Apolo Creed necesitaba de un boxeador de baja categoría que le permitiera conservar por otro año su título, llegar a la final del campeonato del mundo. Y pierde. Es ahí en donde nace un nuevo antiheroe, es ahí en donde nace el mito, es ahí en donde la saga tiene que continuar y las secuelas engrandecer su historia; rocky no gana jamás una pelea, que no sea una pelea callejera, en Rocky II (Stallone, 1979) gana por decisión, en rocky III (Stallone, 1982) todas las pelas son compradas y en la úlitma gana pero porque Mr T no entrenó, se confió y no era e mismo del primer combate, en Rocky IV (Stallone, 1985) en plena guerra fría, la pelea final la gana pero es declarada ilegal y además queda en la ruina por una apuesta en su contra hecha por su cuñado, en Rocky V (Avildsen, 1990) la gana, pero en la calle y no es de Boxeo, y en Rocky VI (Stallone, 2006) ya viejo, decide pelear por última vez y vuelve a perder....Increible. 
Con Rambo sucede lo mismo, pero al revés: Es un excombatiente de la guerra de Vietnam que regresa a su patria convertido en Héroe y que termina como el más frío de los mercenarios. En First blood (Kotcheff, 1982), tal vez la mejor de todas, el personaje de Jhon Rambo, regresa de la Guerra dispuesto a hacer una vida normal, pero se encuentra con la hostilidad de un pueblo que no le permite olvidar lo vivido en la guerra; Las otras sagas, aunque “ellos comenzaron”, Rambo no deja de destruir y matar gente en todas su sagas sin contemplación alguna de patria, raza o religión, al final se convierte en ermitaño al que no dejan tranquilo ni en las profundidades de la jungla asiática. 
Indiana Jones, a pesar de lo rimbonbante de su guión, sale bien librado gracias a que conserva intactas las manías y las señas que lo caracterizaron desde su primara parte en busca del arca perdida (Spielberg, 1981) en donde el manejo del humor es fundamental para crear el aprecio hacia este mítico antihéroe.
Aunque muchas de estas películas son malas, algunas hasta dan risa y tristeza, quienes crecimos con muchos de estos mitos nos parece inevitable continuar apreciando aquello que vimos cuando niños y que nos hace partícipes de una o muchas generaciones sin que sea necesario exterminar al Héroe para entender que la mediocridad de muchas de estas sagas, refleja simplemente que el cine es y debe ser un submundo en donde todas las realidades reflejen lo ficticio de nuestras vidas.

viernes, 11 de abril de 2008

El regreso a la indiferencia


Han pasado tres meses largos desde la úlitma aparición de algún escrito o esbozo burlezco de escritura en este blog. Tres meses!! y ningún comentario, ningún cuestionamiento o preocupación por parte de mis asiduos lectores. Hecho extraño y contradictorio, dadas las multitudinarias visitas que tenía y los innumerables comentarios que llegaban de todas partes del mundo ( de Brasil, Francia, Colombia, Italia, Japón...) sobre todo a raíz de mi úlitmo escrito que generó polémica por hacer un mal ensayo de plagio de un poeta que no era poeta, pues era él mismo. Eso demuestra una vez más que se ha alcanzado lo que se tenía por objetivo en el blog: la indiferencia. Esa, la indiferencia, la que nos tiene en el umbral de la podredumbre, de la ignorancia; porque los colombianos somos indiferentes, los latinoamericanos somos indiferentes, a todo, a la familia, a la ciudad, a la violencia, a la guerra (porque dos marchas en un país con 200 años de guerra no cambian absolutamente nada), al hambre, a la miseria, indiferentes a la indiferencia; y mi blog no fue la excepción, ni más faltaba. Pero acá estoy de nuevo, tratando nuevamente de romper con la monotonía de mis días en París (monotonía, que cabe decir, no me molesta lo más mínimo), de la Universidad sobre el BLd Raspail, hasta Dnfert-Rochereau, de allí hasta Parc Mossouri, pasando por la rue Emile Deutch hasta el bld Jourdan y de ahí a mi casa en la cité Universitaire, todos los días, media hora de camino después de algunos seminarios en donde muchas veces el francés, en tonalidades muy bajas, se confunde con el ruido y el ruido con los pensamientos más inhóspitos, hasta que un cambio de voz o un movimiento de quien está sentado al lado mío, me revela la triste realidad de mi condición subalterna y mi derecho a no roncar. Del bld raspail a la rue Vavin o Asás, hasta Luxemburgo, pasando por el Quartier Latin, luego Saint Michel, cruzando el Sena hasta la Rue Renard para llegar hasta el interminable barrio judío...caminatas monótonas que no dejaré de hacer, como no dejaré de hacer este blog, a pesar de la indeferencia, de la violencia o el hambre, segurié anti-escribiendo, como un ejercicio de mofa, de incoherencia conmigo mismo y de irrespeto con ustedes.