martes, 9 de junio de 2009

EL CREADOR

"El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, 

contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre..."

(El inmortal), J.L.Borges

Una mirada puede ser la creación ociosa de todas las miradas, 

un guiño puede ser la creación perfecta de la destrucción…”

André Paulin

Siempre que imagino mundos, sentado en alguna de las infinitas sillas de esta ciudad mientras espero que de un suspiro me cambie la vida y flotando entre el ruido infernal del transito matutino, cierro los ojos, entrecruzo los brazos, y vuelco mi cabeza lentamente en dirección al cielo exhalando los olores del día y su suciedad.  Permanezco muchas horas, muchas, inventando un universo infinito, en donde quepa todo, un universo circular, sin fin, un rizoma que resuma mi vida.  Juego con palabras, con sonidos y silencios, con formas inenarrables o figuras exactas, pruebo con materiales duros que me cortan y de donde manan los obscuros días y las prolongadas noches de equinoccio.  A veces tardo  eternidades en darle color a una espina o en anegar un lago de vida. ¿Cómo imaginar lo inimaginable? Esa es mi labor. Este universo, por ejemplo, es tentativamente plano, no tiene hemisferios, simplemente se está adelante o atrás, yo soy de los de atrás, para estar adelante aún hay que avanzar, pero el de adelante también es de los de atrás porque siempre tiene gente adelante, es ahí en donde se hace infinito, en donde los confines se rompen, en donde la vida cobra un único sentido, ya nadie quiere ir al norte o al occidente (como en mi primogénito mundo) simplemente todos quieren ir adelante, pero siempre están atrás.  Es un lugar en donde la monotonía no existe, todos los días son diferentes a pesar de que siempre se busque estar adelante, pues siempre se está atrás; la rutina se rompe, se resquebraja en un único punto: la soledad.  Es un universo en donde la historia es el presente, si no hay atrás no hay pasado, un lugar en donde la costumbre siempre te hace dar un paso enfrente.  El amanecer (todo universo debe tener un amanecer) se hace en silencio; sus tres soles emergen equinoccialmente vislumbrando la infinitud del universo: el último siempre es más oscuro, casi no brilla  y del primero brota un rayo de luz leve que permite mantener los ojos abiertos al mirarle fijamente, el tercero oculta la única luna minúscula de resplandor opaco y sólo brilla al anochecer antes de su natural movimiento hacia delante.  El mar, hay mar por donde quiera que se mire, con olas gigantes que golpean arrecifes y rocas, creando una espuma blanca y perfecta que llega a las playas vírgenes de arena suave que bordean la tierra.  Siempre huele a mar, siempre hay una leve brisa que nos recuerda aquel océano que tenemos a nuestros pies.  El clima es primaveral pero el paisaje es de otoño con hojas que se desprenden de los árboles, rojizas o amarillas el viento las mueve y las obliga a dar círculos creando tornados enanos que siempre, siempre van hacia delante.  Y ese nadie que habita, que recorre cada minúscula senda que invento, ese explorador al que le dejo todo dado, el que ha de poblar y colonizar una a una las montañas y las llanuras no ha de ser el hombre, podrá ser un animal cualquiera, una simple bacteria, o un simple ruido, pero nunca el hombre; o tal vez, en ese lugar, no haya nada que no pueda mover un leve soplido y de esa manera todo será más seguro, todo perdure más.  

Pero abro los ojos y me toca elegir ¿hacia donde voy? ¿Acaso soy yo el único creador? ¿Acaso alguien ha podido imaginar Igschlibe, Zatón o Zamtxais con la perfección que yo los imaginé antes de su destrucción?  A veces prefiero no pensarlo, prefiero ocultar mi realidad, la de la soledad, la de mis universos fantásticos y simplemente abordar un barco oxidado, de los que crujen al empezar a andar, de los que invento para plegar de melancolía el sonido del agua y navegar hacia alguno de mis mundos, hacia el cosmos más claro, el más perfecto o el más ruin, tal vez sea este en donde mi realidad juega, en donde invento cada geografía, cada suspiro del hombre, tal vez todo sea mi creación, como la luz o los animales, como mis ganas de morir y salir de la eternidad.

Ahora recuerdo que en los inicios, cuando creí estar solo quería llorar e inventé la lágrima con la que hice las lunas, recuerdo la luz áspera que alojé en el sol y el resplandor de las estrellas; sobre ese espacio perpetuo ideo mis mundos, fabrico mis ilusiones, vislumbro mis ideas.   Espero algún día sentarme en la arena (mi máxima creación, la síntesis de la infinitud) e idear un lugar en el que simplemente descubra quien soy o descubra que no soy nada.