domingo, 20 de septiembre de 2009

La nostalgia del miedo

Me siento tan aislado que puedo palpar

la distancia entre mí y mi presencia.”

Fernando Pessoa

"...Luego de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo,
ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama,
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos
y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama".

J.Sabina

Los días traen turbulencias que ni la música o la lectura o el desparpajo de una risa pueden despejar. Hace más de una semana se fue mi heladera y compañera y en un segundo seguiré envejeciendo y tratando de entrar en la nostalgia que llega con el otoño o con cualquier noticia del otro lado de los Pirineos. La circunstancia, por alguna gracia repentina, me hizo releer muchos autores, la casualidad hizo que los tuviera a mano, a Nicanor Parra, a Jorge Teiller, García Montero (libro que robé de su biblioteca) los tomé y me los llevé a caminar hasta sentarme a leer en un banco y a detener el tiempo para no decaer. Dicen que a eso se le llama indicios de una depresión repentina, yo prefiero llamarla, nostalgia del miedo o miseria humana. Hace dos días, en una conversación con mi hermano sobre el estado de la familia y sobre la distancia de un reencuentro, me convenció para mirar algunas fotos que tenía su novia en su blog, fotos de mi familia, de algunos amigos que creí perdidos. Eran fotos de la última navidad, de su último cumpleaños, fotos de eventos sociales, con personajes que ya en mi cabeza sólo son imaginados por el recuerdo, gente que parece inmortal y los más queridos que envejecen. Pasando foto tras fotos, imagen tras imagen, esos rostros que parecían no existir, ahora se hacían vivos: el rostro de mi abuela empequeñeciendo, ella quien llegaba siempre primero al supermercado, quien traía tras de si la energía del campo (aunque siempre vivió en la ciudad) y parecía nunca agotarse y el rostro de mi tío y su pelo ahora blanco y barba con canas de abuelo, el tío que en mi cabeza aún juega fútbol, aún ataja goles para algún equipo del trabajo, ahora con su nieta, con los años que pasan y mi ausencia cada vez más indiferente. En una semana es mi cumpleaños y prefiero salir de acá, esconderme en otra ciudad que no sea París, pues en este lugar ha llegado el miedo como una carta de cobro. El miedo a que no esté ella conmigo caminando por la Rue Vavin, o por el Boulevar Saint Michel o en algún restaurante elegido al azar del momento, miedo a que ella no esté al llegar a mi casa o al lado derecho de mi cama, miedo a haberme enamorado de algo que pasará como el verano o la espera de que todo sea algo que se ha empezado a construir. Pero todo es un síntoma, es un síntoma de la distancia, la gente que quiero está lejos, está dispersa, envejece, vive, como yo vivo en esta ciudad, como yo vivo mientras escribo estas palabras o mientras ella lee el periódico a kms de mi, o mientras mi abuela se prepara una sopa o se arropa a ver televisión; hay un movimiento, un ciclo claro del que es imposible escapar, al que se reduce la existencia, ese movimiento me llega a las entrañas por no haber estado en esos fotogramas, en eso píxeles, por no estar en el recuerdo ni en la memoria de esos actos, por dejar que ella al despertar tenga el presentimiento de que puede dormir sin mi. Hace muchos años que yo me fui y aún no quiero regresar, lo decidí así, el tiempo lo decidió así. La cotidianidad del extranjero es en mi el universo, pero en la cabeza llevo todo, llevo la mirada de aquellos que están del otro lado, imagino los pasos en Madrid de ella quien camina por Fuencarral o por alguna callejuela de Malasaña o de Arganzuela visitando amigas o buscando algún buen café en donde sentarse a leer. Todo lo llevo en la cabeza, la conciencia de este segundo más, del espacio perdido con mi familia y del tiempo arrasado por la ironía de permanecer aislado en una ciudad cada vez menos ajena que consume mis días; del daño hecho a quien tanto quiero, de las ganas de verla, de los movimientos limpios para desaparecer en un libro o escribiendo poemas que nunca llegarán a ser publicados.

martes, 15 de septiembre de 2009

En la biblioteca I.



L.

“Siempre imaginé el paraíso

Como una especie de biblioteca”

J.L. Borges

"Je suis le saint, en prière sur la terrase, comme les bêtes pacifiques paissent jusqu'à la mer de Palestine. Je suis le savant au fauteuil sombre. Les branches et la pluie se jettent à la croisée de la bibliothèque."

Arthur Rimbaud

I

En la biblioteca puede ocurrir cualquier cosa, que el chico que está a mi lado, o más bien señor canoso que está a mi lado, se duerma y ronque como un oso sin que nadie se atreva a despertarlo, hasta que de repente, después de dos soplidos fuertes, renazca naturalmente y siga leyendo lo que parece ser un manual de medicina en árabe; que la chica que está en frente, me mire con odio porque sin querer golpeé sus pies al sentarme (o tal vez sea una mirada seductora o traviesa) la chica parece del Este Europeo; que la bibliotecaria se acerque a mi para decirme que por favor introduzca bien los audífonos en el ordenador, puesto que aquellos que están en la biblioteca "estudiando" escuchan esos estrambóticos sonidos que provienen de un piano y no a todos les interesa; Efecto psicópata, Bach. que por tratar de detener un estornudo con mi mano y mi respiración, el estornudo cobre dimensiones demenciales hacia la implosión y todos, o por lo menos los más próximos, se vean húmedamente afectados y deseen, en lo más íntimo de sus pensamientos, que me largue y los deje trabajar tranquilos.

La chica del Este juega con su pelo y mira al infinito con un esfero en la mano y muchas hojas de papel enfrente, el señor que duerme ya no ronca, está en el nirvana, la bibliotecaria, con su cara de bibliotecaria, con sus gafas de bibliotecaria, me mira de reojo, porque sabe, en su interior de bibliotecaria, que estoy escribiendo sobre ella. En la biblioteca puede ocurrir de todo, menos que deje de pensar en ti.

viernes, 11 de septiembre de 2009

manos de cocacola

para la mamá tía

Una áspera nube de humo te envuelve
dejas la ventana abierta
y fumas un cigarro que ya hace años
cuelga de tu boca
y el tiempo va lento
y tus manos de cocacola
con olor de nicotina
ojos verdes que te entristecen
el día a día
con un café en la mañana
o siempre
(quizás un brandy que caliente las entrañas)
imaginando viajes
creyendo en ángeles
y prendiendo velas
para que escape el viento
o la rutina
Ahora te debo un palabra
que el mejor consejo
definitivamente
ha sido tenerte.