sábado, 16 de enero de 2010

LA ANATOMIA Y EL SILENCIO DE LO QUE UNO SABE

Hay que callar muchas veces porque lo que se sabe puede ser peligroso o demasiado estúpido como para ser importante. La topografía de los seres vivos, su forma, su ubicación, la disposición y la relación entre sí de los órganos que las componen, puede arrojar algo parecido a una respuesta adecuada al silencio y al saber. Cada ser humano dentro de su arquitectura ha ido generando movimientos y censuras propias que reestablece en su cabeza y lo guarda para si: una palabra, un nombre, una fecha, un secreto. El mapa de su cuerpo y el análisis, muchas veces tácito, que hacemos del cuerpo, de la fisionomía, de la persona con la que interactuamos (o del grupo de personas) dan cuenta de cuando se debe callar o de cuando ese saber que podemos tener de más, que nos sobra muchas veces, debe ser retenido o guardado, quizás para nunca jamás volver a ser utilizado. Ahora, la pregunta real es: Entonces para qué sabemos tanto, o para qué sabemos algo si nunca, sino ante grupos de especialistas, cuyos cuerpos están adaptados para captar información especializada (Muchas veces incomprensible), podremos iluminar un conversación, la más vanal, o la más compleja, con un dato que puede ser de utilidad, de referencia a una galaxia de conocimiento aún más extensa. Ante quién debo hablar, ante quién debo calla, ante qué cuerpo, con qué fisionomía, con qué estructura, que nos de una señal, debemos silenciarnos, debemos apagarnos y simplemente omitir ese rezago que tenemos de más, algo más que un conocimiento que permite extender otro conocimiento y así infinitamente, reelaborando nuestra anatomía, nuestras señas corporales hacia algo más que un silencio que por absurdo, muchas veces es necesario.

domingo, 10 de enero de 2010

Cuento de niños para la niña cursi

El orgullo era ella. Nunca quiso admitir que se equivocaba. Nunca quiso perdonar a quién se equivocaba. Un día cualquiera en un momento cualquiera en una ciudad que se sumergía en la belleza de sus calles y el prejuicio de su gente, en donde el río que la atravesaba marcaba el ir y venir de la rutina, ella caminaba rumbo a su casa. Antes de visualizar la entrada que llevaba a su deslumbrante habitación, con paredes de colores que permitían el mejor reflejo de la luz, llena de libros de poesía amorosa y de flores regaladas por admiradores y pequeños detalles que adornaban las estanterías (sobresalía un reloj color rosa, un pequeño cofre de madera), decidió mirar en una vitrina un bonito vestido azul del que colgaba un exuberante collar de madera. Mientras imaginaba cómo sería aquel vestido sobre su cuerpo un chico de tez morena, un poco más alto que ella, con los ojos un poco rasgados, dientes grandes, delgado, se le acercó. Es bonito ese vestido, le dijo, en tono tímido, casi sin voz, pero más si lo llevaras puesto. Qué cursi, le dijo ella un tanto asustada y sorprendida, mientras levantaba los ojos con cierta petulancia. ¿Tú crees de verdad que así vas a conquistar alguna chica? Él, muy triste, simplemente dio un paso atrás y se retiró, pero en su cabeza quedó el olor que ella llevaba y el rastro de su figura. Ella, un tanto arrepentida por el tono de su respuesta intentó alcanzar al chico que ya se perdía entre la multitud de la gente. Lo perdió. Dos semanas más tarde, mientras leía uno de sus libros de poesía, golpearon a su puerta. Esperó un instante mientras indagaba quién podía ser. Los golpes no se repitieron. Esperó un momento más y se levantó dejando su libro sobre la mesita de noche en donde también se encontraban muchas horquillas que se caían de su pelo. Al llegar a la puerta, con algo de intriga y miedo, la abrió de un sólo tirón y no vio a nadie, antes de volverla a cerrar, miró hacia abajo en donde se encontraba una caja blanca delgada con una pequeña nota en un sobre. Recogió el paquete y entró lentamente mientras con una mano intentaba abrir el sobre que decía: "A la chica de olor a nubes", qué cosa más cursi, pensó de nuevo para sí misma. Luego miró a su alrededor, miró los libros de poemas, las flores, la decoración y dijo en voz alta, ¡si yo soy una cursi!, y sonrió. Dejó la caja blanca sobre la mesa, se sentó en un pequeño sofá amarillo y abrió el sobre. "El olor me llevó a ti, a esta puerta y a este instante en el que me estarás leyendo. Yo seré tan cursi como mi vida puede serlo, pero ha sido tu olor quien te ha encontrado y esos ojos redondos que no saco de mi cabeza y que durante dos semanas me han visto enamorado. Un pequeño regalo, para quien sólo puede portarlo". Abrió la caja y dentro encontró el collar de madera. En el fondo, otra nota que decía: "el vestido era muy caro".

CONDICIÓN DE IRREALIDAD

Debería haber remedios o materiales que te alejen de la sensación de ser mísero, de tener que ocultar tu verdadera cara, o el rostro de lijilla que siempre has tenido. Pero así funciona. Ser extranjero es así, es cargar con un país a tus espaldas y otro adelante, poseer razones para equivocarse que nadie justifica, la sensación de ser un cobarde porque no te entienden. Entonces es cuando llega aquel sentimiento que te hace agachar la cabeza, te hace sentir mínimo: ¿dónde están tus amigos, en dónde esta tu familia? No hay nadie cerca, hay simulacros, hay intentos. En el extranjero, todo funciona como un simulacro, como una prueba, un ensayo de que todo puede salir bien o muy mal. Eres exótico, eres inmigrante, eres un don nadie con quien nadie cuenta. Tal vez no te quieran contar. Tal vez todo ha sido un error. Tal vez todo sea una casualidad. Recuerdo aquel libro fabuloso de Javier Marías “Mañana en la batalla piensa en mi” que hablaba de aquellas casualidades, como que tu amante se muera delante de ti en su apartamento, una casualidad única, como estar en París o en Madrid y que sea allí en donde caiga la última bomba en una guerra que no te pertenece. Ser extranjero tal vez sea simplemente pertenecer a un lugar en donde nadie te conozca, pero ese lugar puede ser tu propia casa, o incluso puedes conocer gente y no por eso dejas de ser extranjero o miserable o un don nadie en un punto del universo. Lo sucesivo es lo que viene como lo irremediable es tu pasado, todos saben de donde vienes, o saben que vienes, no que vas, es en ese instante en donde se desata, de una manera melancólica y a veces hasta deprimente, tu condición de foránea, tu condición de irrealidad. Ser extranjero es vivir en una condición de irrealidad en donde siempre estás inventando el mundo que tienes alrededor. Eso es cierto. Somos irreales. Pero y entonces en ¿dónde está la realidad del que vive afuera? Muchos de nosotros, la dejamos hace cierto tiempo, en ese lugar que algunos no queremos nombrar.