miércoles, 3 de marzo de 2010
sábado, 16 de enero de 2010
LA ANATOMIA Y EL SILENCIO DE LO QUE UNO SABE
Hay que callar muchas veces porque lo que se sabe puede ser peligroso o demasiado estúpido como para ser importante. La topografía de los seres vivos, su forma, su ubicación, la disposición y la relación entre sí de los órganos que las componen, puede arrojar algo parecido a una respuesta adecuada al silencio y al saber. Cada ser humano dentro de su arquitectura ha ido generando movimientos y censuras propias que reestablece en su cabeza y lo guarda para si: una palabra, un nombre, una fecha, un secreto. El mapa de su cuerpo y el análisis, muchas veces tácito, que hacemos del cuerpo, de la fisionomía, de la persona con la que interactuamos (o del grupo de personas) dan cuenta de cuando se debe callar o de cuando ese saber que podemos tener de más, que nos sobra muchas veces, debe ser retenido o guardado, quizás para nunca jamás volver a ser utilizado. Ahora, la pregunta real es: Entonces para qué sabemos tanto, o para qué sabemos algo si nunca, sino ante grupos de especialistas, cuyos cuerpos están adaptados para captar información especializada (Muchas veces incomprensible), podremos iluminar un conversación, la más vanal, o la más compleja, con un dato que puede ser de utilidad, de referencia a una galaxia de conocimiento aún más extensa. Ante quién debo hablar, ante quién debo calla, ante qué cuerpo, con qué fisionomía, con qué estructura, que nos de una señal, debemos silenciarnos, debemos apagarnos y simplemente omitir ese rezago que tenemos de más, algo más que un conocimiento que permite extender otro conocimiento y así infinitamente, reelaborando nuestra anatomía, nuestras señas corporales hacia algo más que un silencio que por absurdo, muchas veces es necesario.
domingo, 10 de enero de 2010
Cuento de niños para la niña cursi
El orgullo era ella. Nunca quiso admitir que se equivocaba. Nunca quiso perdonar a quién se equivocaba. Un día cualquiera en un momento cualquiera en una ciudad que se sumergía en la belleza de sus calles y el prejuicio de su gente, en donde el río que la atravesaba marcaba el ir y venir de la rutina, ella caminaba rumbo a su casa. Antes de visualizar la entrada que llevaba a su deslumbrante habitación, con paredes de colores que permitían el mejor reflejo de la luz, llena de libros de poesía amorosa y de flores regaladas por admiradores y pequeños detalles que adornaban las estanterías (sobresalía un reloj color rosa, un pequeño cofre de madera), decidió mirar en una vitrina un bonito vestido azul del que colgaba un exuberante collar de madera. Mientras imaginaba cómo sería aquel vestido sobre su cuerpo un chico de tez morena, un poco más alto que ella, con los ojos un poco rasgados, dientes grandes, delgado, se le acercó. Es bonito ese vestido, le dijo, en tono tímido, casi sin voz, pero más si lo llevaras puesto. Qué cursi, le dijo ella un tanto asustada y sorprendida, mientras levantaba los ojos con cierta petulancia. ¿Tú crees de verdad que así vas a conquistar alguna chica? Él, muy triste, simplemente dio un paso atrás y se retiró, pero en su cabeza quedó el olor que ella llevaba y el rastro de su figura. Ella, un tanto arrepentida por el tono de su respuesta intentó alcanzar al chico que ya se perdía entre la multitud de la gente. Lo perdió. Dos semanas más tarde, mientras leía uno de sus libros de poesía, golpearon a su puerta. Esperó un instante mientras indagaba quién podía ser. Los golpes no se repitieron. Esperó un momento más y se levantó dejando su libro sobre la mesita de noche en donde también se encontraban muchas horquillas que se caían de su pelo. Al llegar a la puerta, con algo de intriga y miedo, la abrió de un sólo tirón y no vio a nadie, antes de volverla a cerrar, miró hacia abajo en donde se encontraba una caja blanca delgada con una pequeña nota en un sobre. Recogió el paquete y entró lentamente mientras con una mano intentaba abrir el sobre que decía: "A la chica de olor a nubes", qué cosa más cursi, pensó de nuevo para sí misma. Luego miró a su alrededor, miró los libros de poemas, las flores, la decoración y dijo en voz alta, ¡si yo soy una cursi!, y sonrió. Dejó la caja blanca sobre la mesa, se sentó en un pequeño sofá amarillo y abrió el sobre. "El olor me llevó a ti, a esta puerta y a este instante en el que me estarás leyendo. Yo seré tan cursi como mi vida puede serlo, pero ha sido tu olor quien te ha encontrado y esos ojos redondos que no saco de mi cabeza y que durante dos semanas me han visto enamorado. Un pequeño regalo, para quien sólo puede portarlo". Abrió la caja y dentro encontró el collar de madera. En el fondo, otra nota que decía: "el vestido era muy caro".