jueves, 18 de septiembre de 2008

El viaje menor II


La cotidianidad mata lo que sea; recuerdo que en algún día de agosto del frío verano parisino y caminando por el Quai de conti, me estrellé sin querer con un señor de unos 70 años, me contó su vida. Otro día sobre la Rue Cardenal Lemoine y buscando un café que no existía, un viejo que creyó que estaba perdido me contó su vida y me dijo que el mar que más le gustaba era el que se podía ver desde una Terrasa en Bogotá. La soledad también mata lo que sea y hace que pensemos demasiado, incluso en la muerte en instantes melancólicos y sucesos raros que te anudan la garganta y a veces te hacen vomitar, piensas en tus miedos, en tus amigos, en tus deudas, en lo que debiste o no hacer, en idioteces pasadas, en ridículos y excrementos de colores, en que te enamoraste tan perdidamente que jamás fuiste capaz de preguntar el nombre de aquella mujer griega que te miraba (quizás no a ti) pasar cada día desde su ventana, simplemente le sonrías; o en la chica que te habló y no le respondiste porque sabías que tenías mal aliento. En la plaza dos de mayo de Madrid las idioteces llegan juntas, primero beber hasta morir o un policía que te amenaza con pedirte los papeles si no te largas, no soporto los holgazanes, yo soy uno de ellos. Recuerdo muy bien un enero en Lisboa en el que una amiga se detuvo justo en la plaza del comercio y no quiso caminar más; ese día ella no vio el mar. El viaje menor nacía en esos instantes en los que me decías que estaba despeinado e intentabas con tus manos aplacarme el pelo sin conseguirlo, o las veces en las que no conseguía alcanzarte después de una discusión con fundamentos en las que siempre salías corriendo y atravesabas avenidas y calles sin mirar. Esos días los disfruté y me callé. O la mirada del perro callejero, ese que está acostado en la entrada de cualquier taller, ya viejo y cansado, y quiere ladrar, pero prefiere permanecer echado. Los perros de mirada triste me hacen estremecer, parecen de verdad, como si no supieran que ser nostálgico es una alegría, detenerse a pensar cada segundo en lo que no fue, en que lo que fue no fue tan brillante, las risas de quien te viera cantar, las nostalgias de un buen bailarín sin pareja. La muestra de que todos estamos vivos es que no hay quien nos diga lo contrario, al no ser que estemos muertos, eso sería un triste alivio y una gran contradicción.

1 comentario:

Unknown dijo...

En estos momentos quisiera estar cerca de ti para que me leeas tus textos, para dejarme llevar por el ritmo de tus frases que me parecen fantasticas (y dado la hora que es, eso es mas que honesto).
10/5 20'1/9/13/5